Corrían otros tiempos políticos marcados por la austeridad y la escasez, de ahí que los edificios ofrezcan otro estilismo: fachadas serias, geométricas, sin adornos excesivos como si los arquitectos tampoco tuvieran la audacia y la valentía de diseñar casas atrevidas, con más coraje; también marcó mucho la diferencia de edad entre las primeras y las últimas casas de la Gran Vía que superó en algunos casos los veinticinco años.
El racionalismo social también se impuso en el orden arquitectónico con guiños a elementos art decó como la casa 52. Durante la guerra, la plaza del Callao marcó la línea divisoria entre el optimismo y la dura realidad del frente, dos mundos antagónicos.
Este modesto Broadway madrileño ha servido de plató para el rodaje de muchas películas. Merece la pena detenerse en los dos edificios que rompen la estética de la calle: el edificio Carrión (1931-1934), también llamado Capitol, de Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced, icono de la modernidad, y el palacio de la Prensa (Pedro Muguruza, 1924-1928), el más alto del Madrid de Primo de Rivera con sus 58 metros y 16 plantas.
Otro edificio que requiere una atención es el gran bloque de los números 53-59 de los hermanos Otamendi, de una grandeza espectacular, con sus más de cinco mil metros cuadrados y sus doscientos metros lineales de acera.
Por último, una de las casas más interesantes y a la vez menos aplaudidas por su categoría es el edificio Coliseum (Pedro Muguruza y Casto Fernández Shaw, 1930-1933), encargo del compositor Jacinto Guerrero para levantar viviendas, oficinas y un teatro musical para el estreno de sus obras. El resultado, una casa diferente, nada que ver con el estilo de los años treinta, tipo rascacielos americano, más moderna de lo que dice su fecha de nacimiento. Recuerda un pequeño rascacielos de Chicago.
Javier Leralta
Periodista, miembro de Ampet